Educar es asistir activamente a un proceso de emancipación.
Y en ese proceso evolutivo en el que van adquiriendo sus parcelas de autonomía
se van produciendo rupturas respecto a los padres. La edad del pavo es
frecuentemente el momento en que ese choque generacional es más espectacular y,
en ocasiones, más difícil de comprender para los padres y más dolorosa para los
adolescentes.
Cada hijo es un ser único
e irrepetible que para ser comprendido por sus padres y hermanos requiere de
paciencia, capacidad de escucha, etc.
En el adolescente se producen cambios biológicos, psicológicos
y sociales lo que genera el desconcierto del joven y de su familia. El cambio
de la niñez a la edad adulta suele durar varios años. Se comienza cambiando la
apariencia física: formación corporal, vello, maduración de las órganos sexuales,
en las niñas sus primeras menstruaciones y las eyaculaciones para los niños. El
cuerpo se convierte en algo nuevo para ellos, necesitan ser observados
continuamente: miradas ante el espejo, espinillas, vello, cambio de voz en los
chicos, aumento de los senos en las chicas, etc. La mayoría de los adolescentes, en esta fase
de la edad del pavo, se muestran rebeldes, pero obedecen a los dictados de la
moda juvenil del momento.
Con la maduración sexual, surge la atracción por el otro
sexo. Este tema es fundamental en esta edad, por eso tanto educadores como
padres debemos proporcionarles informaciones claras y completas, primando la recomendación
de un sexo consciente, responsable y seguro. En esta edad, los jóvenes
necesitan comprobar las posibilidades y habilidades de lo que perciben como
nuevo continente físico, su propio cuerpo. Por ello, la práctica de deportes es
particularmente aconsejable en esta edad.
En el adolescente la procesión va por dentro: su psique, sus
emociones, son un hervidero de problemas, inseguridad, dudas y contradicciones.
No sabe quién es ni lo que quiere, se ve inestable en sus propósitos. Y, en sus
conductas visibles, reacciona de una forma sorprendente: se muestra cabezota,
obstinado en las discusiones, lleva la contraria casi por sistema, habla poco y
cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a gritos, como quien está
seguro de todo y acaba de descubrir la
verdad de las cosas.
Necesitan ser autónomos y que se les reconozca como
independientes en algunas cuestiones. Pero a la vez, y esto va a los padres, es
frecuente que no se muestren responsables para lidiar con sus estudios, ordenar
su habitación o racionalizar sus gastos personales. La batalla está asegurada. Tenemos
que intentar comprender el mundo interior de los adolescentes para motivarles,
observarles con atencion y escucharles con cercanía, paciencia y cariño.Ahora
bien, aunque podamos ceder en cosas para ellos importantes (apariencia externa,
gustos musicales y aficiones, amistades, horarios en días festivos... ) hemos
de mostrarnos firmes en lo fundamental, los valores: respeto a padres y
hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y hogareños, salud y
seguridad personal ... Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan
una referencia, unas certidumbres que alivien su estado de duda y les sirvan de
orientación.
Cuando se educa a un
adolescente, hay que hacerlo a largo plazo. Si hemos mantenido en esta etapa una
actitud de escucha y comunicación, es muy
probable que vuelvan a la normalidad de la vida familiar. Porque, desde esa
serenidad adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro que es.
Como ayudarles
Hay algunas manifestaciones de esta edad que preocupan a los
padres: el fracaso escolar, el inicio en el consumo de alcohol y drogas, las
conductas marginales, ese aislamiento de todo y de todos, etc. Lo cierto es que
cada adolescente es todo un mundo que hemos de conocer, y podemos ayudar a
nuestro hijo en esta etapa si actuamos como:
Mantenernos bien informados de cómo evolucionan sus
sentimientos y emociones, su cuerpo y sus relaciones sociales
Permanecer abiertos a la comunicación con él o ella, en
cualquier circunstancia
Descubrir qué les agrada. Escucharles con paciencia e
interés.
Facilitar su emancipación, cediéndoles paulatinamente cotas
de libertad y de responsabilidad.
Mostrarnos flexibles en lo que entendamos accesorio, y
firmes en lo fundamental.
Para ello, debemos conocerle y respetarle mucho.